Los aforismos son condensaciones de verdades contraÃdas en
un núcleo poderoso y potente, como si a una flor se le sustrajera su perfume,
son esencias vitales del discurso que nos permiten ver más allá de nuestro
propio pensamiento o del pensamiento que heredamos.
Un aforismo, cuando es categórico, nos interpela, nos hace
entrar en duda, en crisis con todo lo que dábamos por consabido, pero, al mismo
tiempo, cuando la verdad es irrefutable, nos hace sentir que es tal cual como
la describe el autor, que no cabe otra palabra, ni otra manera de decir las
cosas.
También, en los aforismos, convive cierta antinomia,
pareciera que precisa de los opuestos para espejar lo que en verdad se quiere
decir, dejando asà al lenguaje en un estado de transparencia. Por otra parte,
casi nunca se vale de sinónimos sino de repeticiones para expresar mejor lo
que busca decir el autor.
Tuve la suerte de entrar a los aforismos de la mano de uno
de los mejores exponentes del género, quien me amplió el
universo del género aforÃstico y me llevó a leer a Emil Ciorán, a Pascal, a
Lichtenberg y a su maestro, Antonio Pochia. Le estoy muy agradecida porque
marcó, sin saberlo, mi visión poética del mundo y mi forma de pensar.
Estos textos iluminaron mi camino durante
mi juventud. Los descubrà en una muestra de arte, en la Patagonia, en
Bariloche, en el año 2.010, a mis 16 años. Estos pequeños, pero a la vez
inmensos aforismos de este poeta que fue ponderado, entre otros, por MarÃa
Kodama, Mario Benedetti, Rubén Vela, Horacio Ferrer y Antonio Requeni iluminaron mi pensamiento cuando estaba plagada de interrogantes y de dudas del
existir, consolidando mi oscilante mundo.